August 7, 2009
neurosis de transferencia.
En esta ocasión, en una ciudad que bien pudiera ser Nueva York, me acompañaba Michael Dean; no sé de dónde salió, quizás de mucho pensar en qué estaba estos días. Subimos a lo que pensé era la cúspide de un edificio, el más alto que mis ojos habían podido ver. Desde el borde del aquel techo sentía la agradable brisa en mi cara y me deleitaba con el bullicio poco bullicioso de la multitud. Se sentía bien. Perdí a Michael de vista y lo busqué alrededor. Al encontrarlo me miró como sólo él mira, y subió por unas escaleras negras que parecían de emergencia en medio de un gazebo. Le seguí, aunque me parecía extraño que de repente existieran más pisos. Una vez arriba era algo más bien como el castillo del Mundo Mágico de Disney... con un hermoso restaurante rojo... y con un staff que se comportaban como profesores de kinder. Supongo que sí era Disney. Michael había desaparecido sin rastro alguno. Me acompañaba ahora mi grupo de amigos de la infancia, quienes parecían extasiados con la altura. A mí en cambio me comenzaba a desagradar, al percatarme de que en éste nivel no había barandilla ni nada entre el enorme abismo y yo. Por suerte llegó la hora del descenso. Nunca entendí por qué el modo de bajar era de espaldas por unas escaleritas tipo peldaños que iban por fuera del edificio. Sentí mi corazón palpitar fuerte y más fuerte. Vi como todos bajaban sin temor alguno, lo cual no me tranquilizó; en realidad me hizo preocuparme seriamente por la salud mental de mis acompañantes. Era mi turno... y lo intenté, juro que lo intenté. Pero no pude. Al momento de que debía ponerme de espaldas al abismo y colocar mi pie en el primer peldaño, el miedo ganó sobre mí una vez más. Quedé de alguna forma estancada en un murito entre los peldaños y el edificio, colgando. Atemorizada no podía pedir auxilio. Miré hacia abajo y casi muero al ver el vacío de la ciudad. ¿Cómo me metí en esto? ¿Cómo pasó? Mi alma temblaba, y se reflejó en mi cuerpo. Este a su vez sudaba frío, tan frío. Finalmente, luego de unos segundos que me parecieron centenarios, un chico y una chica vestidos con camisas negras y chalecos rojos (¿supongo que eran mozos o atendían alguno de los juegos?) vinieron a mí, me dijeron que no me preocupara, que pasaba todo el tiempo; después de todo, estaba siempre lleno de niños. La chica movió unas sillas y mesas, que sin razón aparente estaban justo al borde sin cercas ni protección. El chico de piel oscura y cabello excéntrico me extendió su mano. Para hacerlo tenía que soltarme del pilar al que me aferraba con fuerzas. Me sentía desfallecer del pavor. Sin saber cómo, extendí mi mano en busca de la suya, y me sentí tambalear. Tan cerca y a la vez tan distante. Seguía sudando frío y apenas respiraba. Mi cuerpo nunca había temblado igual. Cuando ya por fin lo iba a lograr, quedé corta. Mi mano resbaló antes de alcanzar la suya y...

... desperté sudada.
 
posted by m.arias at 4:59 PM | Permalink |


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